martes, 15 de diciembre de 2009

III




El error

No hablaba de nada específico. Simplemente buscaba la idea por donde divagar, tras el pensamiento que se desgasta, el único sentido que me queda se quiebra en dos. La realidad se deforma y el tiempo transcurre en otra dirección. Queda el eco, de la voz que fue pronunciada en silencio. Estado gravitacional.
El desafío, en otra altura que los pies no comprenden, ni la cabeza anclada con los ojos en el abismo. El error dando vueltas buscando el principio donde fue cometido. Hecho que acontece en la medida de nuestros actos. Y uno comprende las imágenes que transcurren marcando el acto por donde los movimientos comienzan a sentirse y uno se convierte en el cuerpo que los impulsa. La velocidad es distinta, el ritmo conocido, bailan todos los sentidos despiertos en el mismo acto. La presión y la descarga. Nos interpretamos.
Invisible como el silencio después de la última palabra soplada en la frente. Me despido, entre los recuerdos que se disipan.

Intento una vez más.
Una ilusión.

Se consume en silencio destrozando el recuerdo de lo que ahora respiro. Y detrás de los ojos sigue abierta la boca que grita y es nombre.
Estoy al borde, sintiendo todo detenerse.
Todo se pierde y no puedo despertar. Todo se levanta menos mi recuerdo. 
No temo caer de donde ya no estoy


¿Dónde estás? ¿en que sueño te encuentro otra vez?

Siento la lluvia y es sólo esa gota que se desliza en la ventana empañada. Duermo tranquila aunque afuera llueva como nunca y ni si quiera me de cuenta. Sólo el relámpago me despierta y todo trasluce en el brillo. El viento de su misma esencia que lo marcó. Respiro y veo esa realidad. Ya no estás.
Y aunque me despierten esos demonios que no conozco, yo ya los habré desterrado.

Fue un error.



Yo no pude sacarte de los pasillos de la pesadilla sin entrar, no te pude despertar.

lunes, 14 de diciembre de 2009

II

Mientras se narra la historia la poesía calla. Yo, sigo sin dormir. Lapidada. He muerto, según lo que me has dicho, pero puedo seguir escribiendo. Debajo, donde todos los ecos resuenan en la misma frente. Fría. Beso final. La síntesis devorada de lo que se retuerce. Y es el dolor.


Tengo la sensación de tres siglos de desvelo, sin forma de calcular el tiempo escribo para marcarle las pisadas. Latitud. Mezcla de imágenes que zigzaguean en el borde. Pierdo el azúcar de la sangre, pierdo la sangre y caigo.

Cuando todo el universo se trague tu ser vas a pensar que ser eterno no era buena idea. Pero yo no sé qué es el tiempo, por eso me volví atemporal. Sin el recuerdo de lo que fue. Pared desmembrada y la piel de escamas. Me llueven los poros las últimas sequias. Ya no estás.
Me cuelgo sobre los hilos que continúan la fila de hebras blancas que se dibujan con el humo. Se consume solo. Tengo la imagen grabada de ese instante. Bordeando la espina dorsal que lo sostiene.

El agua de la noche hace mucha falta y estamos lejos para beberla.

Me visto antes que todo se detenga y se convierta en un escenario rojo. Me estoy perdiendo. Detrás, de las voces. Silencio.


En el otro acto, todos vestían de negro. Se cubría la noche en el mismo paisaje. La luna en cuarto creciente.

Intensidad crónica. Movimientos sinuosos desde el principio del cuadro. Veo como las caras se van deformando. La historia se narra desde la voz del témpano. El lector se envuelve en la falta de sentidos. ¿Para qué seguir escribiendo? Detrás de todas las palabras resuena el mismo eco .Tengo un leve vestigio de lo que todavía no pasó. Premonición temprana o tiempo estático desde un futuro que no recuerdo. Razón sin ser, ansiedad de todos los recuerdos, desfiladero de la memoria con forma de cueva que se hunde como la astilla de la madera del escritorio que repaso con mis yemas.

Cuenta regresiva. Te ví asesinado el recuerdo y te diste cuenta que al final uno es;

un ojo

una contradicción

una lapicera llena de tinta con forma de garra

y una negación sin lógica.


domingo, 13 de diciembre de 2009

I


Cuando comience a releer lo que escribí, voy a saber por donde empieza todo. Voy a comprender que el tiempo transcurría de otra manera. Seguramente entre el enredo de palabras que comienzan a darle sentido. Miro hacia el punto donde tocan fondo todas las imágenes. Hace frío y las paredes desaparecen. Si supiera lo que va a pasar, prefiero no enterarme. Le voy a guardar al misterio las cenizas del fuego.



Mientras más escribo late el pulso, la sangre drena, la velocidad agita los compases, extrae de la imagen las llamas y sus contornos. Empiezo a recubrir el ojo que me observa detrás del panóptico. Pero continúo con en este tipear ríspido de teclas duras e inacabables.
Me detengo en la sensación que describo. Me libero. Respiro.

Recuerdo intentar asesinarte recuerdo. Recuerdo calmarme, poco a poco, ante la furia, la tormenta y el espejo. Reaccionar, mover mi cuerpo, levantarme y correr desatando la tensión. Transpirar hasta que las cuadras se volvían oscuras y me sumergía en un sueño anacrónico. El surrealismo que nunca vi tratado en ningún acto. La violencia que acompaña a la debilidad más inevitable.
Miré a los ojos que me reflejaron la muerte y respiré, sintiendo que sería la última.

Ahora estoy despierta

La paranoia disgrega el presente. Me desvelé.
Quisiera entender lo que está pasando. La realidad se me devela tan confusa que estar ahora sentada en el escritorio escribiendo me resulta extraño. Empiezo a ser el ojo que observa, desde otro lado, el escritorio, las manos, las palabras, yo sentada frente al abismo.