domingo, 13 de diciembre de 2009

I


Cuando comience a releer lo que escribí, voy a saber por donde empieza todo. Voy a comprender que el tiempo transcurría de otra manera. Seguramente entre el enredo de palabras que comienzan a darle sentido. Miro hacia el punto donde tocan fondo todas las imágenes. Hace frío y las paredes desaparecen. Si supiera lo que va a pasar, prefiero no enterarme. Le voy a guardar al misterio las cenizas del fuego.



Mientras más escribo late el pulso, la sangre drena, la velocidad agita los compases, extrae de la imagen las llamas y sus contornos. Empiezo a recubrir el ojo que me observa detrás del panóptico. Pero continúo con en este tipear ríspido de teclas duras e inacabables.
Me detengo en la sensación que describo. Me libero. Respiro.

Recuerdo intentar asesinarte recuerdo. Recuerdo calmarme, poco a poco, ante la furia, la tormenta y el espejo. Reaccionar, mover mi cuerpo, levantarme y correr desatando la tensión. Transpirar hasta que las cuadras se volvían oscuras y me sumergía en un sueño anacrónico. El surrealismo que nunca vi tratado en ningún acto. La violencia que acompaña a la debilidad más inevitable.
Miré a los ojos que me reflejaron la muerte y respiré, sintiendo que sería la última.

Ahora estoy despierta

La paranoia disgrega el presente. Me desvelé.
Quisiera entender lo que está pasando. La realidad se me devela tan confusa que estar ahora sentada en el escritorio escribiendo me resulta extraño. Empiezo a ser el ojo que observa, desde otro lado, el escritorio, las manos, las palabras, yo sentada frente al abismo.